Cuando hablamos del sector de la consultoría la mayor parte de los lectores imaginarán una de esas grandísimas compañías con cientos de empleados que llevan a cabo proyectos millonarios que pueden llegar a durar varios meses e incluso años. Y no se equivocan, es la imagen dominante y son las marcas con la entidad suficiente para salir en las noticias o con los presupuestos de marketing suficientemente amplios como para patrocinar cualquiera de los grandes eventos deportivos.
Las grandes consultoras, enfocadas en clientes con cientos de empleados, se han convertido en cúmulos de intereses y costes que las alejan radicalmente de los intereses de las pequeñas empresas. Muchas pequeñas y medianas empresas no buscan realizar una operación corporativa, ni precisan de un ajuste de plantilla de cientos de personas, ni mucho menos. En general, no necesitan un profesional senior a 180 euros la hora (nadie pone en duda el valor tangible e intangible de un consultor senior, solo resaltamos el precio en relación con el presupuesto de una pyme), ni 15 reuniones al mes, ni la misma tecnología que Amazon para clasificar a sus clientes. Sería bueno, sin duda, pero también suele exceder las capacidades de una pyme castigada por el frenazo económico o con una plantilla poco cualificada.
España es un país copado por pequeñas y medianas empresas que, en general, todavía se encuentran lejos de una verdadera digitalización a pesar de las sinergias en costes o la ganancia de productividad que se pueden obtener, normalmente por falta de conocimiento interno de las mismas. En este contexto, otro tipo de consultoría, entendida esta como el traslado de conocimientos y formas de hacer (el llamado know how), resulta necesario.
La PYME, en nuestra experiencia, busca un equipo de consultores que no se centre en un proyecto concreto sino que piense proactivamente y a largo plazo en lo mejor para la compañía, una verdadera empatía empresarial, desde los propios clientes hasta lo más estratégico. Es mejor hacer amigos que prisioneros, por lo que, con la innovación como principal hilo conductor, las empresas necesitan a profesionales que piensen en el futuro a medio plazo y no solo en lo inmediato.
La mayoría solo quiere mejorar sus ventas, implementar herramientas asequibles que mejoren sus procesos internos o que faciliten información analítica completa para tomar mejores decisiones. Todo ello son objetivos posibles que no requieren de ninguna inversión millonaria y los pequeños empresarios deben saber que también hay una consultoría digital adaptada a su negocio, a sus capacidades, a sus objetivos, a sus conocimientos digitales.
La nueva consultoría debe ofrecer aquello que todo pequeño empresario busca: socios de confianza que acompañen el proyecto durante toda la vida del mismo, gestionando los aspectos críticos y colaborando de forma proactiva en la generación de oportunidades (por ejemplo, minimizando los costes allí donde sea posible gracias a las últimas tecnologías).
Aspectos como la transversalidad, la originalidad, la exclusividad o la confidencialidad resultan críticos en un entorno masificado por freelance multitasking sin procesos claros. Y es que gracias a las herramientas digitales, con una buena estrategia, una buena dosis de creatividad y un presupuesto que permita arrancar un plan de negocio, el pez pequeño puede ganar al pez grande.
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